El tener que aceptar lo primero que nos viene a la mente es con frecuencia una de
las cosas que más nos cuestan a la hora de aprender a intuir. Para ello es necesario
que confiemos, que aceptemos nuestros impulsos naturales y espontáneos. A la
aceptación de nuestro yo. Una de las razones por las cuales el hecho de trabajar con la intuición nos aporta unos dividendos espirituales es que nos fuerza a trabajar la cuestión de la confianza en nosotros mismos. Exige que conectes con esa parte de tu persona que es merecedora de confianza.
Imagínate que necesito encontrar la respuesta a una pregunta. Trato de percibir qué es lo primero que me ha venido a la mente. Esa será la respuesta intuitiva. Ahora bien, entonces descubro que ni siquiera sé qué es lo primero que me ha venido a la mente. Tan pronto como me viene algo a la mente, reacciono ante ello, y lo evalúo y valoro. Hago esto con tanta rapidez que ya no sé siquiera cual fue el pensamiento
original.
Tales son las evaluaciones y reacciones de la mente lógica y racional. Se meten
por medio y modifican la respuesta intuitiva con tal rapidez que resulta difícil captar la
intuición en su forma original.
Para aprender a confiar en nuestra intuición hay que aprender a aceptar la
primera respuesta y dejar la evaluación pera más adelante. Algo que nos va a ayudar a
aprender a identificar la primera respuesta, la respuesta espontánea, es su naturaleza
imprevisible. Eso es lo que la hace individual, única para ti, y especial. Las demás
respuestas son más habituales, más previsibles. A diferencia de la intuición, la voz de
la conciencia puede ser previsible. Si no te sorprendes cuando interviene la conciencia,
lo probable es que no se trate de la conciencia intuitiva. Si tu conciencia te sorprende
con sus observaciones, posiblemente se tratará de la dimensión intuitiva de la misma,
y no de simples hábitos de evaluación. La conciencia intuitiva es como un amigo que te
quiere, porque en lugar de criticarte o condenarle sencilla mente, ve los motivos
subyacentes y te ayuda a enfrentarte a ti mismo. ¡Más vale que le prestes atención!
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